Nadie miró mi cuerpo abandonado entre las sombras
Nadie
También tú me pasaste encima y no dijiste nada
Me quedé allí: tendida sobre la hojarasca y el tiempo se detuvo
Hasta vi larvas madres parir a sus hijas
y alimentarlas de mí
y llorar por ellas.
La vergüenza de mi cuerpo abierto
al mundo como vestíbulo blanco.
Tropezaron conmigo
incluso patearon mis piernas
y mis ropas
pero nadie se atrevió a mirar mis ojos
a escuchar mi auxilio afónico
No querían oír porque yo era la bruja
la puta de las malas decisiones
la que andaba con el líder de la plaza
la que traficaba drogas fuera del colegio
Mi madre derramó una lágrima por cada puñalada
por cada hematoma
por cada pequeñito hueso de mi osamenta astillada
Pero tampoco habló
no reivindicó mi nombre.
Escuchó los aullidos de los lobos rondándola en manada
y se embriagó con ellos.
Madre: la bestia me encontró en el bosque
Yo estaba escondida donde tú dijiste que me resguardara
Pero todos los consejos que lega el miedo a las mujeres
que entrega con amor una generación a otra no bastaron.
Nunca bastan, Madre, yo no invoqué a la bestia,
¡no les creas!
Solo estaba jugando,
como todos,
a descubrir en cada rama del árbol,
que es la vida, las posibilidades.
Madre, nunca quise ser el ciervo
Incluso luché,
grité con las pocas aves que emanaron de mi boca,
pero ya era tarde
Hurgó hasta el rincón más recóndito de mi
con su repulsiva saña, hasta dejarme sin aria
Para entonces ya era sólo arcilla negra
y miraba las larvas transformarse en rosas blancas.