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Canales, fragmentos de París

Canales, fragmentos de París

Pauline Loroy en FemFutura

As long as they are happy I’m sure there will be a way

Siempre y cuando sean felices estoy segura de que habrá un camino…

Les cuento que estoy por comenzar mi segundo verano en París. Que el clima cambia como una pequeña flama sobreviviendo a una tormenta. La primavera se presentó en fuertes brotes de árboles floreados, cohetes efímeros que sin embargo me hicieron detenerme y suspirar. El invierno, tan misterioso, maravilla cruda, se borra en mí y con los rayos de luz me despiertan las ganas de vivir aquí otro año, de seguir atravesando mentes y países en tan solo una ida al metro.

El tercer mundo… los países subdesarrollados… clasificaciones que no se sostienen en el París que habito. En cambio, la inestabilidad política, desigualdades sociales, privación de los derechos básicos a la alimentación, la salud y el alojamiento son el pan de cada día, de verdad. Lo que sí tienen aquí, y he de extrañar, son sus canales.

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Vine a París a estudiar teatro. Ayer salí de un bosque que estaba incendiado, monté una montaña que comenzó a derrumbarse y crucé un río que estaba inundado. Esto lo hacemos con absoluta seriedad, prestando atención a la ar-ti-cu-la-ción… para que los cataclismos puedan ver vivir.

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Afuera se escuchan cohetes, como si fueran los últimos rezagados del 15 de septiembre. Solo que estamos a 14 de julio y es Francia… bueno ya es 15. Una viejecita que conocí en la tarde me recomendó que no saliera hoy porque la noche antes de la fiesta nacional todo el mundo sale a beber, las mujeres y los hombres se emborrachan y se terminan peleando, y hay cohetes.

Le hice caso, igual ando agripada, y heme aquí comiendo naranjas. Maravilla número tres de París: las personas solas que se sueltan a platicar conmigo como si fuésemos comadres. Una señora en el camión que me decía que quería bajar de peso pero que le encantaba el pan, un ama de casa contemporánea que me habló sobre cómo en Colombia si eres mujer y eres fea debes luchar el triple por sobrellevar la vida. Un chico de Bangladesh, colocado detrás de una pequeña muralla de garrafones, me hace dudar si tomar agua de la llave es realmente buena idea.

Con la señora de hoy hablé no más de 15 minutos. Me dijo que vivió 20 años con un esposo alcohólico, que murió el año pasado, que la única manera de encontrar la felicidad es en una misma, no en los cumplidos de los otros. Me dijo que la violencia está en todos lados, que lo que estamos viviendo es una crisis global. Su perrito, muy sensible, le ladró con fiereza a otro perrito pasajero y a un niño con un balón. Mi nueva amiga no supo decirme qué se celebra en la fiesta nacional y me dio su nombre, pero ya no lo recuerdo.

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Es la segunda vez que voy a un espectáculo medianamente bueno y el público enloquece hasta el final. Goes wild.

Creo que hay un público parisino al que le gusta entusiasmarse… por entusiasmarse. Y esto alimenta mi sospecha que los habitantes de París son en su mayoría soñadores. París tiene la mejor publicidad que puede tener una ciudad y poco se sabe estando fuera de cómo es hoy en día.

El París de Amélie, de una comunidad pequeña de personajes entrañables, se disuelve entre la inmensidad de pasajeros que atraviesan sus estaciones todos los días. En la Ciudad de México somos un chingo, pero nunca llegué a sentirme tan indiferenciada dentro de una marabunta. 

Todos aquí, aguantando un clima extremo, horas en el metro, la acidez social del olor a pipí, ¿por qué? Soñadoras aferradas con fuerza a su ilusión hablan de PARÍS, como de alguien del que están enamoradas.

Unos latinos, residentes más viejos, se ríen de haber tenido esa primera ilusión y dejan en silencio la razón por la cual siguen aquí. Un tunecino lo detesta abiertamente, pero se resigna. Supongo que cuando llegas al final del arcoíris y te encuentras con algo completamente distinto al tesoro que esperabas te aferras a una ilusión, de placer o de desgracia con tal de sentarte a reposar. En todo caso, este publico aplaudidor está contento de aplaudir… yo qué sé.

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No deja de sorprenderme la vida que existe fuera de lo visible y cotidiano, aquella que es estúpidamente visible y de una cotidianidad pesada. El capítulo de esta semana: los autobuses nocturnos. Ya sea miércoles, ya sea viernes, a la una de la madrugada, hay gente viajando en camiones a toda velocidad, esperando llegar a su casa. Desde abuelitos a quienes nadie les cede el asiento, hasta mujeres contentas y parlanchinas. Estas son las afueras de París y de aquí vienen quienes trabajan en la ciudad de las luces.

Foto: Camille Minouflet.

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Mientras tanto en casa la convivencia no deja de presentar retos y sorpresas. Es en casa en donde me he plantado el dilema sobre el odio de forma más tangible. Surge cuando hay carencias personales irresueltas. Nathalie. Una quimera. El nido que me dio la bienvenida, una pieza de humanidad que resultó ser clave para mi entrada en Francia.

Ella se aseguró de que tuviera acceso a comida y comodidad en el hospedaje, y hasta me ayudó con cuestiones prácticas del banco, del trabajo, de la salud y del transporte. Tutti. En mi primera impresión de ella la pinté como una altruista, con el espíritu libre y juguetón. Y lo es, pero Nathalie también ha resultado ser la semilla de la discordia. 

Tu est plus stage Mariana? / ¿Eres más sabia Mariana?

-Un peu plus, J’ espère, chaque jour. / Un poco más, espero, cada día un poco más.

Moi, je suis un peut plus méchante. / Yo soy un poco más malvada.

Peut être je serais comme toi un jour. / Tal vez yo seré como tú, un día. 

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Love is real. El amor es real. Real is love. Real es amor. Vivir en el viejo mundo, en este país que se aferra a hablar francés, en el que hay tantas, pero tantas culturas (un indio que considera el inglés como su lengua materna, un tunecino que está dispuesto a enseñar el árabe, tantos que te dicen que no hablan francés y me quedo pensando entonces qué hablan y cómo es que llevan años viviendo aquí) me mantiene atenta y confundida.

Me imaginé viviendo aquí por años (los mexicanos que llevan más de 10 años en España, algunos hablando con un acento español, que dicen abiertamente “no ser de aquí ni ser de allá”, y yo ni la menor idea de qué ha de sentirse eso. El afgano, cuyo nombre me cuesta recordar, que no ha visto a su mamá en diez años) y sentí un vértigo inmenso. Me imaginé perdida en las entrañas de la maquinaria social francesa, urbana, occidental, lo frágil que una se puede volver con este frío, y entonces pensé que siempre puedo regresar a México, a casa, y sentí un gran alivio.

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Que regrese a una capital hundida bajo el agua, en la que afloren miles de chinampas.

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En la ciudad el silencio no existe. Lo que conocemos por silencio es aire atrapado que bloquea los oídos y zumbidos de diferentes frecuencias. Pienso ahora en el silencio de la carretera, de noche, que se interrumpe súbitamente cuando lo corta un tráiler aullando a toda velocidad. Pienso en la orquesta nocturna de los grillos que llenan la calma del campo, o el cantar de un grillo perdido que mantiene un ritmo constante en la noche plena.

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«J’ai une peut l’impression de partichiper à une achouchement difficille.» Quand une idee est né. Un coup de sagesse, completment inatendu. 

Las calles grises, la lluvia que no ayuda, pero la gente llenando de luz las aceras. 

Sentimientos extraños, sentimientos extraños. La extraña sensación de sentirse familiarizada con una calle ajena. Esa iglesia, enorme y cuadrada, la encontré por primera vez por accidente, mientras me aventuraba a tomar otro camino para regresar de la escuela a la casa. Me impresionó, como tantos otros monumentos de París, robándome el aliento. Y, como con tantos monumentos de París, me dije que la visitaría pronto.

Transito lugares, en mi presente caracterizado por la calma, la calma de la estabilidad, que en otro momento atravesé sintiéndome desesperada. La Préfacture. Me senté a comer un pan en la misma banca en que me desplomé hace casi un año, fatigada y hambrienta, hambrienta por encontrar un fin a las complicaciones. 

Yasuyo, mi maestra favorita, nos dijo que comenzáramos, y así lo hicimos. Comenzamos a hablar y súbitamente el espacio se expandió, se multiplicó y se diversificó. Podías viajar, cambiar de país, de continente, de… con tan solo seguir tus pasos. 

Azúcar pelirrojo. Azúcar morena. 

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Creo que no necesitas ninguna otra validación más que el amor por lo que haces. Quiero creer que a partir de este surge todo lo bueno, el relleno de la vida.

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Inch Alah, y sus ojos se llenaron de alegría al ver a la pequeña príncipe cruzar el planeta Mauritania junto con la Flor. “Il n’y as pas de place!!”, les dijo el ogro en la frontera con España. “Il n’y as pas de place!”, ogro feo y jorobado, con una mueca maligna en su cara que les soltaba carcajeadas a todos los y las integrantes de la pequeña escuela.

Badura, Bushra, Yaakoub, Hani, Ibrahim, Omar, pequeñas y pequeños caminantes, bailando y comiendo mitades de plátano, tomando jugo de naranja, mirando con ojos de plato los caminos, los canales…

…Tenía dos caminos frente a sí. La locura de tener que decidir uno solo la dividió para siempre.

Al finalizar su estancia en Francia, la autora tuvo la oportunidad de colaborar junto con La Petite École du Raj’ganawak. impartiendo talleres de teatro a los y las niñas siri@s, quienes actualmente buscan un refugio en St. Denis, Francia. Nos importa visibilizar su historia  ya que actualmente han sido expulsados de sus casas y sostienen una lucha por ser acogidos por el estado francés.

Imagen: Aleyna Rentz.

Más información en este link.

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