Pues de muchas cosas, lo pensé cuando era niña, cuando inicié esta aventura con las letras, cuando era la única forma de contar las cosas que estaban pasando en mi vida y sí alguien deseaba averiguar más siempre le respondía: “Es sólo una historia”.
Así con esa frase convencía a otros de que me dolorosa verdad era una mentira que habitaba en mi imaginación y me dejaban tranquila, me dejaban vivir y respirar.
Es que a mí me habían enseñado que mentir estaba mal, pero aprendí que hay adultos que vuelven mentiras las palabras de los niños, más de las niñas calladas y tímidas.
Me enseñaron que la verdad era siempre la que triunfaba… sólo recuerdo lo contrario después de hartarme, de llorar, de la culpa.
Recuerdo que a él no le gustó la verdad porque no me gustaban sus besos extraños en la boca, porque sus manos me desagradaban y las palabras que a él le excitaban para mí carecían de significado.
La respuesta para él siempre fue NO.
No me gustaban sus labios babosos en mi boca que prefería dulces y besar muñecos de juguete de forma maternal.
No me gustaban sus manos en el pecho y entre el sexo porque no me veía en la imagen de una puta caliente.
No me gustó saber lo que significaba para los grandes al preguntarles el significado de esas palabras y lo que pasaba cuando las repetía mientras yo tenía que sostener un pene entre mis manos y se manchaban de un pegamento oloroso y blanco.
No me gustó el ardor entre mis piernas cuando trató de poner tu pene en mi vagina, eso estaba mal.
No me gustó el sabor de su sangre en mi boca cuando lo mordí para correr.
No me gustó el dolor al caminar, era molesto, horrible.
No me gustó guardarme el secreto y pensar que había perdido así mi virginidad.
No me gustó saber en el catecismo que estaba condenada y manchada. Tenía miedo de que me hubiera roto, así nadie jamás iba a quererme.
No me gustó tener que vivir tantas veces lo mismo, que yo merecía esas manos indecentes sobre mi pequeño cuerpo, esos besos insistentes en la boca porque no pasa nada; era algo que tenía que aprender porque un día iba a convertirme en mujer.
Me convertí en muchas cosas, pero no encontré a la mujer, era difícil localizarla por que era una puta caliente, una buscona, una zorra, una mojigata calienta huevos, una mentirosa, él… no me encontraba en esa pila de nombres, de adjetivos. Quería desaparecer.
Hice con esos recuerdos lo que pude, busqué un hueco lo suficientemente grande para meterlos ahí, entre los adobes de una casa vieja en remodelación.
Escribí otra historia, una conveniente de contar, tras enterrar el pasado, la culpa, el dolor, la maldad yo no era una niña mala y tampoco fui una hija de malos mamá y papá, simplemente enfrenté la maldad a muy temprana edad, porque si existe a quién culpar empecemos por el amigo de mis primos que huía de los golpes de sus padrastros y se escondía asustado, por el vecino hijo del dueño alcohólico del taller mecánico, por la mujer casi niña todavía, a la que le habían obligado a hacer lo que ella me hacía a mí, lo que me enseñaba para así evitarme golpes o dolor, ese que con absoluta resignación sentenció: “provocan a los hombres porque ellos son así”.
Empecé a creer que yo TENÍA OPCIÓN. Empecé a actuar justamente como quien la tiene y a vivir así, transformándome muchas veces y buscando un lugar en este mundo. A veces del lado de los que hacen daño y otras con quienes lo reparan; militando entre los villanos o los héroes, pero nunca entre los monstruos tan hábilmente disfrazados de humanos que te toman de la cintura para acercarte o apartarte, esos que te rozan el busto o las nalgas gentilmente y deberías sentirte halagada.
Nunca entre los monstruos que te condicionan exámenes o calificaciones.
Nunca entre los monstruos de los callejones.
Nunca entre los monstruos que te cierran el paso.
Nunca entre los monstruos que conviertes en pareja.
Nunca entre los monstruos que te amenazan de muerte.
Nunca entre los monstruos arrepentidos que quieren formar una familia feliz contigo.
Nunca entre los monstruos que te dan por muerta después de destrozarte el cuerpo.
Nunca entre los monstruos que te dejan marcas y cicatrices.
Nunca entre los monstruos que te hacen desear no haber nacido y que lo que traes en el vientre sea todo menos su hijo.
Nunca entre los monstruos que se hacen pasar por muertos para evadir a la justicia.
Nunca entre los monstruos que dejan a madres sin hijas, a hijos sin madres y a todos sin futuro.
Grande, Lyanne. Siempre ve hacia adelante con todo el entusiasmo. ¡Bravo!
Muchísimas gracias por estar, apoyarme y motivarme 🙂
Me haz devuelto un poco de fe en que se puede salir hasta de los lugares en lo que no hay luz. Gracias