La vez que nací.
La primera vez que dijeron: es niña
La primera vez que recibí una muñeca.
La primera vez en que me pusieron vestidos.
La primera vez que cepillé mi cabello y tenía que arreglarlo para estar bonita.
La primera vez en que me dijeron que las niñas bonitas no hacían berrinches.
La primera vez en que pensé en ser bonita.
La primera vez en que usé falda escolar y zapatos escolares con calcetas largas y sentí sobre mi cuerpo la mirada de las otras personas, una mirada jamás experimentada.
La primera vez en la que supe que ser niña y bonita implicaba, al parecer, una responsabilidad sobre mi comportamiento.
La primera vez en que mi mamá me dijo que las niñas no debían abrir las piernas.
La primera vez en que vi que se hacía una distinción entre juguetes de niño y juguetes de niña.
La vez primera en que me gustó alguien.
La primera vez en que ese alguien me besó, y era un chico, porque los chicos se besan con las chicas.
La primera vez en que me tocaron un seno.
La primera vez en que mi mamá me dijo que no debía dejar que nadie me tocara.
La vez primera que me dijo: “vamos por un helado”, y lo único que quiso fue mostrarme su pene. Al no querer acceder a lo que él quería me dijo: “¿para qué me sirves?”
La primera vez que me depilé las piernas, compré cosméticos, shampoo para mantener el cabello como chica de comercial y ropa ajustada, porque parecía ser que tenía que ser así.
La vez primera en que menstrué.
La primera vez que besé a una chica. Fue diferente, fue otro umbral y otra dimensión gentil de mi propia naturaleza.
La primera vez que fue mi primera vez y todo fue dulce y tierno.
La primera vez que seguí una y otra vez, y hubo veces primeras y otras que nunca quisiera repetir.
La primera vez en que me enamoré de la forma en que dicen las películas que tienes que enamorarte como mujer.
La vez primera que me pensé como mujer.
La primera vez que en mi mente apareció la posibilidad de ser madre.
La primera vez que ser mujer y ser madre y seguir siendo yo parecía ser una cosa de reflexión y meditación que con la edad requería meditar con quién y cuándo.
La vez primera en que un hombre me engañó.
La primera vez que recibí imágenes de un champiñón en mi celular.
La primera vez que tuve miedo de abrir mi corazón.
La vez primera en que estar con otras mujeres en la vida se hizo fundamental.
La primera vez que pensarme como mujer iba más allá del shampoo, de las cremas, de la ropa ajustada de fin de semana, de la profesión, del hogar, de la fuerza de aguantar lo cólicos, o las ganas de golpear al hombre que me sigue dos cuadras solo para chiflarme. O de aguantar las ganas de gritar a la mujer que en su resentimiento me mienta como queremos las mujeres inteligentes dejar de mentarnos: más allá de las ambivalencias que nos conforman y las que nos vimos crecer, más allá de definirnos si somos hombres, mujeres u otros hallazgos de nuestra naturaleza.
La vez primera en que me pensé como mujer más allá del ser mujer y descubrí que yo iba de la mano de todas esas primeras veces en las que vi mi cuerpo, mis sentimientos, mis deseos, mi realidad y mi libertad de ser únicamente quien soy.
