Entre los sonidos de las aves, los cláxones y el murmullo de más de 200 mil habitantes, en Sao Paulo, Brasil, los silbidos y los “piropos” hacia las mujeres también se escuchan entre la fauna urbana sonora. El acoso callejero es una de las prácticas machistas que miles de mujeres viven diariamente en los espacios públicos de todo el mundo.
Caminar en las calles de la ciudad, siendo mujer, es la experiencia del horror y el hartazgo. Imagina sólo querer llegar a casa y no poder hacerlo tranquilamente, porque la masculinidad tóxica reclama su lugar en el mundo y necesita gritarlo para sentirse bien consigo misma.
“Las ciudades no están hechas para las mujeres”, concluyen las protagonistas de Chega de fiu fiu, o Basta de Acoso, documental dirigido por Amanda Kamanchek y Fernanda Frazão, dos brasileñas que retrataron la realidad de ser mujer y vivir subordinadas a la opresión masculina sobre nuestros cuerpos.
Una mujer negra, una mujer blanca y una mujer transgénero dan su testimonio y nos narran la experiencia de ser mujer y vivir en un país en el que la desigualdad de género sigue siendo una realidad muy lejos de cambiar.

Las tres viven en la ciudad de Sao Paulo, Brasil, lugar en el que los silbidos del acoso cantan más que los pájaros. A través de tres miradas, muestran que no importa a qué sector socioeconómico pertenezcamos, qué cuerpo tengamos, o cómo nos vistamos, el cuerpo femenino siempre será blanco de la masculinidad y su desesperación por ser reafirmada en cada momento.
“El cuerpo de la mujer no está hecho para andar en la calle, tiene fluidos, menstrua. Las mujeres son delicadas, lloran por nada, tienen que ser conducidas por los hombres, porque ellas son irracionales”, reflexiona irónicamente una de las protagonistas del documental, y, aunque pareciera increíble, el pensamiento colectivo ha abrazado la idea de que la mujer está hecha para el trabajo “ligero” en casa, a diferencia de los varones, quienes son los que sí están hechos para el “trabajo pesado” y fuera del hogar.
Vivir en la raíz de un pensamiento así ha provocado que Brasil ocupe el quinto lugar a nivel mundial en feminicidios, de acuerdo con el mapa de violencia hecho en el 2015.
“A los once años aprendí lo que significa ser mujer en el mundo: nuestro cuerpo es público y si algo me lastima y me humilla, debo aceptarlo como algo bueno, como algo positivo”.
Este testimonio revela que antes que seres humanos, la sociedad nos ve como un objeto.
Anteriormente en la lucha feminista no estaba presente detener el acoso callejero, no porque no importara o porque no lo notaran, sino porque la urgencia era otra, como exigir el voto, por ejemplo. Sin embargo, actualmente, entre las muchas urgencias que existen en la lucha feminista, está la de reclamar el espacio público como un sitio en el que podamos ser libres y no tengamos que temer por nuestro regreso.
El acoso es una cuestión de poder
La cadena de violencia machista empieza desde los actos “sutiles”, en la lógica social está el poder cosificar a una mujer con la que no pretendes entablar ningún diálogo, silbándole o gritándole cosas obscenas, pero ¿por qué? Porque los varones necesitan reafirmarse como tal, todo el tiempo, “sé que ni siquiera me silban porque les atraiga, sino sólo lo hacen para reafirmar su masculinidad”, confirma una mujer que no se explica cómo es que desde que era una niña ya sentía miradas que sexualizaban su cuerpo.
El 77 porciento de las mujeres brasileñas han recibido un silbido mientras transitan en la vía pública, el 57 por ciento ha escuchado comentarios sexuales hacia ellas y al 44 por ciento han tocado sin su consentimiento. Chiflarle a una mujer es verla como un objeto y no como un ser humano, en Brasil una mujer es violada cada once minutos.
La libertad es muy distinta para los hombres que para las mujeres, somos nosotras, mujeres, quienes tenemos que pensar cómo vestirnos antes de salir, quienes tenemos que correr cuando es de noche y está sola la calle, somos nosotras a quienes si nos asaltan tememos más que agredan nuestro cuerpo a que nos quiten nuestras pertenencias. A pesar de una extensa lucha, el patriarcado se resiste y sigue mostrando, por los altas cifras negras, que nuestro cuerpo sigue siendo público.
Este documental se proyectó en México gracias a Ambulante 2019, gira de documentales.