Una imagen que circula en redes sociales dice: “Igualdad de derechos para los otros no significa menos derechos para ti. No es una tarta”. Esta metáfora de repostería captura una de las dificultades principales que las feministas encuentran cuando quieren hablar de feminismo a otras personas que no se han acercado a este movimiento: el problema al que me refiero es que se piensa en el feminismo como algo belicoso y antagónico, algo destructivo incluso, una amenaza a “la tradición”, “la cultura” o “la familia”.
Este es un mito que requiere aclararse: el feminismo sí quiere destruir algunas cosas, pero definitivamente no son éstas. En este texto, me gustaría empezar por explicar brevemente qué es aquello contra lo que el feminismo sí está luchando, pero desde ahora quisiera resaltar que es todavía más importante lo que el feminismo está construyendo, para contrarrestar esa idea del “feminismo apocalíptico”. Es precisamente en la capacidad creativa del feminismo donde todas y todos podemos encontrar algo que beneficie nuestras vidas individuales, pero sobre todo comunitarias.
Uno de los prejuicios más asentados se basa en la creencia de que el feminismo está llevando a cabo un “ataque hacia los hombres”. Esa creencia es una visión distorsionada y errónea de lo que verdaderamente es la causa feminista. En esto insiste bell hooks, crítica cultural feminista afroamericana: “sería ingenuo y equivocado ver el movimiento como algo que se trata simplemente de mujeres que están en contra de los hombres”.
¿A qué se opone el feminismo?
¿Qué o quién es, entonces, aquello a lo que las feministas nos oponemos? Una forma de nombrarlo es “el patriarcado”, un término que se refiere a un sistema social, político y cultural que dicta que los hombres y lo masculino sean la prioridad, y por lo tanto deja en desventaja a quienes no cumplen estas características. Al ser un sistema diseñado para resguardar el privilegio masculino, tiene un costo: dificulta el acceso de las mujeres a la igualdad, obstaculiza el cumplimiento de sus derechos, ocasiona que sus voces no sean escuchadas y que su trabajo no sea reconocido ni valorado.
El patriarcado es una forma de sexismo institucionalizado, es decir, de discriminar a las mujeres en todos los niveles de la sociedad, desde la familia hasta los espacios educativos y laborales, las posiciones de poder y los espacios públicos. Puede existir en formas muy sutiles, y nos resulta tan familiar que a veces lo pasamos por alto.
Es lo que siempre hemos conocido, y quizá esto justifica el temor o la desconfianza que muchas personas (tanto hombres como mujeres) sienten de imaginar un sociedad radicalmente diferente. Pero parece claro que lo que estamos haciendo no está funcionando, y que es urgente que tengamos un mejor plan. La desigualdad persiste y los discursos conservadores están regresando, algunos de ellos en formas verdaderamente aterradoras, en la voz de personas verdaderamente racistas y misóginas que están encontrando un público dispuesto a seguirlos. Si los dejamos crecer, el mundo de la serie El cuento de la criada podría dejar de ser ficción.
Es verdad que las mujeres del presente tenemos derechos que nuestras abuelas y bisabuelas no tenían. Podemos votar, podemos acceder a todos los niveles educativos, podemos trabajar y tener propiedades, podemos terminar legalmente un matrimonio en el que no estamos seguras o satisfechas y, si tenemos suerte, podemos tener un alto grado de autonomía respecto a nuestros cuerpos: contar con información verídica, recibir atención médica necesaria, y elegir si queremos tener bebés y cuándo.
Existen leyes específicamente diseñadas para proteger a las mujeres y las niñas. Y sí, mucho de eso se consiguió con protestas ruidosas. Sin embargo, mucho de este buen trabajo existe en un nivel muy abstracto, y mientras la actitud cotidiana respecto al género no cambie, mientras no tengamos estas conversaciones incómodas que nos llevan a reconocer que alguna vez hemos sido parte del problema, es difícil que estas iniciativas en defensa de los derechos de las mujeres se transformen en cambios reales.

En su conferencia “Todos deberíamos ser feministas”, que tiene más de cinco millones de reproducciones en YouTube, la novelista Chimamanda Ngozi Adichie explica:
“Los cambios en políticas, cambios en la ley, son todos muy importantes. Pero lo que importa incluso más es nuestra actitud, nuestra mentalidad, en lo que creemos y lo que valoramos sobre el género. ¿Qué pasaría si al educar niños nos centramos en su capacidad en lugar de en el género? Si al educar niños, ¿nos centramos en el interés en lugar de en el género?”
Así se ve una educación feminista. No busca excluir a nadie. Es una educación que permite a todos y todas ser la mejor versión de nosotros mismos/nosotras mismas, sin imponernos expectativas o trayectorias de vida obligatorias. Así, cada persona podría ser útil a su comunidad y desarrollar su talento y curiosidad en una vía que no esté condicionada por el género que le asignaron al nacer.
Creo que resulta obvio que las buenas ideas y la creatividad están igualmente presentes en mujeres y hombres. Sin embargo, es frustrante pensar en cuántas de esas buenas ideas jamás salieron al mundo porque vivían en las cabezas de mujeres, mujeres a quienes no se les dio la oportunidad de una educación, mujeres cuyas vidas fueron cortadas en formas violentas, mujeres a quienes se les había enseñado a no creer en su propio potencial.
Esto lo reconoció claramente el astrofísico Neil deGrasse Tyson en un tweet del año 2018: “Imaginen qué sociedad tan avanzada tendríamos hoy si las mujeres, que poseen la mitad del poder intelectual del mundo, hubieran sido social e intelectualmente reconocidas desde el inicio de la civilización”. Aún queda mucho trabajo por hacer: por ejemplo, en México, en el Sistema Nacional de Investigadores las mujeres representan sólo el 37% del total de académicos.

Comentarios como el de DeGrasse Tyson son un ejemplo de cómo los hombres pueden ser aliados del feminismo: hay una apertura a escuchar, a reconocer que no porque tú no hayas detectado un problema, el problema debe ser imaginario. No debemos olvidar que muchos de los triunfos del feminismo han sido benéficos para los hombres y los niños también: cada vez hay más hombres que se oponen a demostrar su masculinidad mediante violencia, que entienden que las expectativas de ser “fuerte” han sido dañinas para su salud emocional y mental, que planean educar a sus hijos en el respeto y la empatía hacia todos los seres humanos por igual.
Imaginar otras formas de vivir el género nos daría libertad a todas y a todos. Sin embargo, considero que el sujeto central del feminismo, quien marche hasta adelante, por decirlo así, deben seguir siendo las mujeres y las personas femeninas, justamente en reconocimiento a que éste es el único movimiento en el que, hasta ahora, los hombres no han sido lo más importante. Pero recordemos: no es una tarta.
¿Por qué elegí ser feminista?
Cuando he tenido que responder por qué elijo que el feminismo sea el núcleo de mi vida personal y política, digo que el feminismo te permite abrazar muchas causas al mismo tiempo, y que todas ellas llevan a una sociedad más justa. Si te preocupan los derechos de la infancia, el feminismo lucha contra las injusticias particulares que viven las niñas, como el rezago educativo, la violencia física y sexual hacia menores y el matrimonio infantil.
Si quieres contribuir a la defensa de los derechos de las personas LGBT+, muchas feministas que también son mujeres queer han demostrado que este mundo ha estado dominado por las voces y las experiencias de los hombres queer, y que escuchamos muy poco sobre las historias de las lesbianas y las mujeres trans. El patriarcado, el enemigo al que mencionaba más arriba, también es un sistema homófobo.
Si quieres acabar con el racismo, una de las revoluciones más importantes en el feminismo ha sido el reconocimiento de modos de discriminación específicos hacia las mujeres de color. El feminismo es fundamentalmente antiracista y anticolonialista.

Si te preocupan los derechos de los trabajadores, la brecha salarial sigue existiendo incluso en los países desarrollados, y hay industrias enteras que se basan en la explotación de trabajadores que son mujeres en su mayoría (como el trabajo doméstico o la industria de fast fashion).
Si lo tuyo es el rescate del medio ambiente, el poder capitalista que también sostiene al patriarcado es un responsable mayor de la destrucción de ecosistemas y especies. Existen pensadoras feministas que también ven una conexión clara entre la opresión de las mujeres y el maltrato a los animales, y que defienden el vegetarianismo y veganismo como formas de hacer activismo feminista. Esta diversidad en los movimientos feministas es enriquecedora: nos ayuda a tener mejores argumentos, a responder a problemas más complejos.
Algunas mujeres celebran su identidad femenina con orgullo, sin que eso signifique sentirse superiores, o que todas las mujeres deban seguir los mismos patrones. Simplemente se trata de hacer un espacio para el orgullo donde antes nos enseñaron a sentir vergüenza.
Otras mujeres se niegan a ser definidas por su género y se imaginan formas de trascenderlo y reimaginarlo. Ambas posturas están bien: lo que queremos es que el género deje de ser una jaula en la que nos encierran desde que nacemos, y que podamos reconstruirlo en formas creativas y positivas, que todo el mundo sea libre de formar familias solidarias y seguras con la gente que elija, y que las estructuras de poder dejen de dar prioridad a los intereses de un grupo muy pequeño de personas. Creo que esta es una visión que la mayoría de las personas podrían compartir. ¿Quién no querría libertad? ¿Quién no querría justicia?
Una última definición del feminismo dice, en términos generales, que el feminismo es un movimiento que aspira a hacerse innecesario. A quienes desean que las feministas dejaran de hacer tanto revuelo, les diría que yo también. Yo también anhelo el día en que nos callaremos, porque ese día la misión estará cumplida.