Creo que siempre he sido una mujer que no tiene grandes planes en la vida. No recuerdo haberlos tenido cuando era niña o adolescente, nunca pensé en la boda de mis sueños, ni en tener una casa propia, ni nada por el estilo. Siempre he hecho las cosas como van llegando (creo). Lo que sí tenía era una familia grande y cuando crecí quería tener una familia grande como la que tuve. Somos cuatro hijas mujeres y siempre deseé que las navidades fueran masivas.
Ahora tengo 34 años y sigo sin planes a largo o incluso mediano plazo. En este momento de mi vida en específico no tengo la capacidad de ver más allá de un par de días adelante. Creo que la vida me ha enseñado que nada es como lo planeas y hay que adaptarse a las circunstancias lo mejor posible.
Hace 5 años y algunos meses que empezó mi vida como mamá. Nació mi hijo después de un parto normal y saludable, fueron 11 horas de trabajo de parto. Siempre digo que fue normal y que no tuve complicaciones, aunque claro que las hubo… en muchos sentidos.
Un par de años antes de esa etapa, padecí de miomas y enfermedades de la matriz, hasta ahí todo normal, un porcentaje muy alto de mujeres en el mundo tiene o padece alguna enfermedad ginecológica. Siempre molesta, silenciosa, muy dolorosa y peligrosa. Es de lo más normal, pero no por eso se habla de ellas. Normalmente una se aguanta, así es el cuerpo y a eso estamos destinadas, se supone.
Me operaron una primera vez para quitármelos ya que provocaban una anemia peligrosa. “Perder sangre en grandes cantidades y con mucha frecuencia NO ES NORMAL”, me repetía el doctor todo el tiempo. Me propuso operarme para quitármelos, accedí y después de la operación, todo estuvo bien, estuve saludable y a gusto por un par de años.
Después vino el embarazo y otro mioma empezó a crecer junto con él, aunque no era riesgoso ni nada por el estilo, el tumor crecía al mismo tiempo que mi hijo. Más o menos un año después de que él nació empecé a tener otra vez los mismos síntomas: anemia, cansancio, depresión, insomnio, falta de concentración.
Creo que son síntomas que normalizamos o no le damos la suficiente importancia. El doctor me dijo que el mioma no disminuyó después del parto y del ajuste de hormonas locas, y que lo más probable era que tuviera que volviera a operar (esta sería la segunda operación). Antes de hacerlo intenté un par de tratamientos y más medicinas, pero creo la ciencia no ha avanzado lo suficiente para que las mujeres no suframos por las hormonas. Hasta ahora tenemos tratamientos agresivos que hacen que la pases fatal.

En el ínter, al iniciar el 2016 me bajó un 2 de enero, después de esa fecha no paró la sangre por 7 meses, ni un solo día. Empecé a ir al doctor constantemente, me recetaba medicinas y medicinas, inyecciones, vitaminas, hierro, tratamientos dolorosos y demasiado costosos, pero la sangre no paraba.
Al principio tratas de salir adelante, de hacer las cosas normales, del día a día, pero bajo esas condiciones no hay manera. Los síntomas crecían y se hacían más fuertes, la relación con los demás cambia, se pone tensa, se vuelve poco importante. Estás librando una batalla contra tu propio cuerpo, el mismo que antes aceptaba y amaba, lo empecé a odiar con todas mis fuerzas. Vino la segunda operación, no funcionó, nada cambió significativamente.
Seguí con tratamientos, las visitas al doctor continuaban y en algún punto se volvieron casi diarias. El doctor me explicaba que era porque mi útero “pensaba” que estaba embarazada por algo que tenía adentro (el tumor) y lo trataba de sacar constantemente, es por esto que tenía una dilatación permanente. Los días pasaban y seguía perdiendo sangre. Para ese entonces mi relación con mi pareja era de ayuda constante: me ayudaba a levantarme, a ir a trabajar, a ir al doctor y me llevaba a los estudios.
La tercera operación
Un día, un doctor me dijo que tenía que hacer algo YA, en ese momento, ese mismo día. Me hizo una cita con el hematólogo, quien me lo dejó muy claro:
“Lo que tienes es mortal y te puede dar un paro en cualquier momento”.
No me dejaron salir del hospital para darme un tratamiento de horas sentada en una cama y con una intravenosa que ardía muchísimo. Eso un par de veces más. En ese momento ya tenía las ingles con llagas, podía ocupar un paquete de toallas nocturnas y media caja de tampones AL DÍA. Nada era suficiente.
Era inminente una nueva operación (la tercera) para ver qué era lo que estaba realmente mal, qué estaba pasando. Me diagnosticaron una enfermedad que se llama adenomiosis, si no me operaba de nuevo, pronto podría no solo quedarme sin la opción de tener más hijos, si no que mi hijo se quedaría sin mamá. Entonces ya no lo pensé más. La tercera operación era necesaria. Dos días después estaba en el quirófano despertando de la anestesia y con la esperanza de que todo hubiera acabado.
La histerectomía era la última opción, la opción solo si todo adentro estuviera muy muy mal. A esas alturas ya no me importaba el futuro, solo el presente. Obviamente, nadie lo quiere hacer. Una mujer de 31 años con una vida “estable” y un hijo que seguro algún día pediría un hermano.
Para mí fue la última opción. La última. Pero lo único que yo quería era que se acabara el martirio. En cuanto desperté, mi pareja se acercó y me dijo con temor a mi reacción que ya no tenía matriz. Que ya no servía ni una pequeña parte de ella. Que aunque la hubiera conservado solo me iba a traer problemas el resto de mi vida. En ese momento no me importó, pensé que era lo mejor y estaba agradecida por haber salido bien y por haber tenido la fortuna de conocer a mi hijo antes de que todo eso pasara.
En retrospectiva veo esa época como si estuviera en unas cuantas capas atrás. Como un recuerdo borroso y confuso. Como si fuera una pesadilla que alguien me contó y que solo quisiera que nunca me pasara a mí. Con el tiempo recuperé la salud, el color y con eso muchas cosas: fuerza física, ánimo, concentración y fuerza para estar con mi hijo, estar presente. Creo que recuperar la fuerza y la salud no deberían estar a costa de nada, de nadie y mucho menos de una expectativa. Creo que no tener matriz es un súper poder, aunque claro esto lo digo ya teniendo un hijo.
Muchas veces trato de imaginar mi cuerpo por dentro, a veces siento que me falta algo, una especie de vacío. Me imagino cómo la falta de un órgano afecta al resto del cuerpo, qué posición ocupan los demás órganos. Me imagino que los ovarios se van a aburrir y después de un tiempo se van a descomponer, pero no importa. Nada importa. Estoy viva. Pienso en eso cuando me pasa por la cabeza que no volveré a tener una relación formal por el hecho de “negarle a alguien el derecho de la reproducción”. Qué machista. De lo que estoy segura es que pasarla mal no es normal. Ahora intento hacer las cosas como puedo y como mejor me salen.
Imagen de portada: Paulina Mendoza.