Se forjan ramas en su cara
desde las comisuras, todo se ciñe
como si un jinete
quisiera detener al caballo
dentro de una emboscada.
Tira de ella el jinete, de su boca.
Hay una luz que puedo reconocer
a pesar de ser ciega
a pesar de nacer con los ojos en las ostras
con Atlántida en el vientre.
Ella, corcel, espuma blanca
es detenida constantemente
y parece natural
como una casualidad
una regla en la naturaleza.
Mujer prudente, ataviada
retrocede ante arena
llega a las escolleras, y ahí salta
se expande, es libre
lo huelo en esa luz
que muerde al recordar mi herida
un cáncer de luces
que se ha vuelto la espada de los huracanes.
No quiero saber de escolleras
renací cien veces en una
la tarde de mis quince invocaciones.
Deseé entrar a la mente de mi madre
sostenida como círculo de sol
el agua besó mis sienes
pensé que sabía cómo contemplar al viento
hasta ganar suficientes plumas
abrí mis cuerdas a su sueño
y mis rodillas claudicaron/ ella me abrazó
y fue entonces que entendí
que nunca supe cuándo quedarme o huir
que nunca supe el secreto del tiempo
ni el nombre del anciano que da vueltas
todas las mañanas alrededor de mi casa.
No me sé a mí.
Tuve un vestido de alga mientras mis ancestros escapaban de mi cuerpo
todos escupían mi cabello y me quedé sin sangre.
Entendí que siempre o nunca le pertenecí
porque siempre y nunca es el mismo hueco
mi madre me vomitó sobre las piedras
en un acto de libertad condenado al verbo nacer
a pesar de que vivir
siempre parece el precio de algo
la miro y se devoran dioses a su lado.
Los días pierden sus nombres
se deshacen en un orgasmo
agachan la cabeza, dan una vuelta en blanco.
Hay gusanos debajo de sus ojos, tejen rayos
alinean bóvedas celestes en cada rincón de la casa
a manera de telarañas
y a manera de telarañas también le beso
limpio su boca
seco su abrazo marchito de mis piernas
porque es cierto
nunca faltará alguien que le diga loca
y le reitere que antes sus raíces también fueron pies.
Loca, loca de anémonas en el pecho
cuántos no intentaron alabar tu sitio
poblado de mil naciones,
jeroglíficos en el cuerpo.
Loca, sonríes y Guerrero tiembla.
En tus entrañas comieron peces
noches y dedos silentes en memoria
de las doce horas que fui invierno en tu boca
te supiste parapente,
rezo de coágulos con gestos de niños
nombraste todas las manos
en mis ostras placenta
Atlantis y el sexo de la sombra encima el suelo.
El quirófano nunca supo tanto a poema como ahora.
Creíste en la oscilación de vacío al ver mis ojos
y entendiste, loca
que atenuar la luz es vencerse.
Sucumbir ante el último grito
nunca fue tan exquisito como ese día en que fuimos una sola.
Desde entonces amo las ramas de los árboles que se parecen a mis venas.